El viernes pasado, luego de decirle adiós a la Fiscalía y cuando el búnker ya quedaba atrás, Mario Iguarán se acordaba tal vez de lo que le dijo hace unos días el embajador de Estados Unidos con su particular cadencia en la voz: “Mario, tenga la seguridad de que ha hecho bien la tarea, porque está caído con todo el mundo”.
No lo quieren en la Casa de Nariño -el Presidente lo tildó una vez de “perverso” y otra vez de “mediático”-, tampoco están muy contentos con él en la Corte Suprema -algunos magistrados lo consideraban de bolsillo del Presidente-, ni mucho menos lo quieren sectores radicales de los militares -no le perdonan que haya metido las narices en el caso Jamundí, en los ‘falsos positivos’, en el del coronel Mejía, ni mucho menos que haya resucitado el holocausto del Palacio de Justicia-.
Pero al Fiscal no se le veía acongojado al dejar el cargo. Le daba una profunda tranquilidad saber que había seguido al pie de la letra el lema de toda su vida, el que le enseñó su abuela, la mujer que lo crió en Cerrito (Valle) y a quien admira profundamente: “Ella me decía: ‘Hijo, trate de estar bien con todo el mundo'”. Y por eso trató de estar bien con el presidente Álvaro Uribe y con la Corte Suprema. Hasta donde pudo. Uno de sus asesores le escuchó decir un día: “Yo soy de los que entienden razones de Estado, pero también sé que es muy difícil que alguien quiera inmolarse por el Presidente o por la Corte, uno se inmola por la justicia”.
A Mario Iguarán, sin duda, le tocaron los cuatro años más bravos para el aparato judicial en el país. Si al fiscal Gustavo de Greiff le tocó lidiar con el cartel de Medellín; a Alfonso Valdivieso con el proceso 8.000, a Alfonso Gómez con la defensa de los derechos humanos y a Luis Camilo Osorio poner a marchar el sistema penal acusatorio, hay que decir que a Mario Iguarán le tocaron todos esos chicharrones juntos.
Su cartel de Medellín no fue un Pablo Escobar sino 32 jefes narcoparas que se sometieron a la justicia. A diferencia del proceso 8.000, en el que terminaron enredados 14 congresistas, a Iguarán le tocó empezar la para-política, que terminó por involucrar al 30 por ciento del Senado, a 120 alcaldes y a 17 gobernadores. En derechos humanos lideró el desentierro de 2.450 desaparecidos acumulados en más de 20 años de atrocidades. Y le tocó poner a funcionar un sistema judicial de un tamaño monumental y sin ningún antecedente en el mundo, el de Justicia y Paz.
Como si fuera poco, Iguarán cogió el toro por los cuernos en crímenes históricos como el de Luis Carlos Galán y el Palacio de Justicia, por mencionar sólo dos ejemplos que estaban condenados a la impunidad. Y se dio una pela que pocos se han dado con los militares, metió a la cárcel a 500 suboficiales y oficiales por ejecuciones extrajudiciales.
Con ese palmarés resulta ciertamente extraño que algunos sectores de opinión pongan en duda la gestión del fiscal Iguarán. ¿Cuál es la explicación? SEMANA indagó y encontró detalles nunca antes dichos sobre cómo se movieron los hilos del poder alrededor de él.
Contrario a lo que muchos piensan, al presidente Álvaro Uribe no le sonaba mucho la idea de que Mario Iguarán fuera el fiscal general. El ministro Sabas Pretelt, que en un golpe de suerte logró colarlo en la terna, y el Cristo de Buga que le dio un empujón en la Corte, se encargaron de hacerle el milagro.
El cargo de Fiscal General siempre es importante, pero al inicio de 2005, cuando todavía no se habían destapado la para-política, ni la Yidis-política, ni los ‘falsos positivos’, no era crucial para el gobierno. Por eso Uribe, en un gesto con su ministro estrella, Sabas Pretelt, le pidió que hiciera la terna para presentar a la Corte. Sabas, lleno de gratitud con su viceministro Iguarán, lo incluyó, así como al hoy procurador Alejandro Ordóñez, y dejó por fuera, entre otros, a Juan Ángel Palacio, hoy candidato a fiscal, que desde entonces hacía lobby.
Pero esa terna se desbarató. El Presidente pidió meter a Jorge Pretelt y Sabas tachó entonces a Ordóñez. Y cuando sólo faltaban unas horas para mandar la carta a la Corte, el Presidente pidió también cupo para su secretario jurídico, Camilo Ospina. El Ministro llamó a Iguarán y le dije: “Mario, hice todo lo que pude, pero te sacaron”.
Al día siguiente, el presidente Uribe convocó a algunos ministros a una reunión de urgencia en el aeropuerto de Catam, y allí les informó que el ministro de Defensa, Jorge Uribe, no daba más. Sabas, entonces, aprovechó y dijo, “Presidente, ahí tiene usted al nuevo ministro, se llama Camilo Ospina”.
El nombre de Iguarán volvió a barajarse y, para sorpresa de todos, casi le gana en las primeras rondas al favorito, Jorge Pretelt; sacó 15 de los 16 votos necesarios. Pero algo parecía estar en su contra, pues antes de que completara los votos, el presidente de la Corte, Carlos Isaac Náder, gran amigo de Pretelt, levantó la sesión, y al otro día, a las 6 de la mañana, el presidente Uribe lo llamó para pedirle que se fuera para Estados Unidos. “Yo sé lo importante que es lo de la Fiscalía para usted -le dijo el Presidente-, pero ¿por qué no le hace un favor a la patria y le va a dar una mano al Vicepresidente?”. A Iguarán le pareció un poco extraño que un viceministro pudiera ir a darle la mano al Vicepresidente y que el consejero de Paz no le apareciera al Presidente, como le dijo Uribe, pero no dudó un momento. Empacó una muda de ropa y se fue, con algo de tristeza, porque estaba convencido de que si no se aparecía ese día en la Corte a apretar las tuercas de los votos, saldría derrotado. Cuando ya emprendía camino para el aeropuerto, a las 10:30 de la mañana, un magistrado lo llamó y entre susurros le gritó emocionado: “Mario, ya votamos, ya eres el Fiscal”.
Le dañó el asilo
Otro de esos detalles desconocidos, y que terminan siendo paradojas en la historia, es que el primer texto del famoso ‘articulito’ que cambió la Constitución para reelegir al presidente Álvaro Uribe lo escribió Mario Iguarán, en su computador de viceministro, con el senador Mario Uribe -a quien luego Iguarán como fiscal metió a la cárcel- y Camilo Ospina, el mismo que hoy quiere ser su reemplazo.
Pero la luna de miel del ya posesionado Fiscal con el gobierno no duró mucho. Iguarán, con menos de seis meses en el cargo, dictó medida de aseguramiento contra Jorge Noguera, nada más y nada menos que el jefe de la seguridad del Estado del presidente Álvaro Uribe, por fraude electoral. Y después vino la investigación contra los Araújo, la familia de una de las ministras más apreciadas por el Presidente, la canciller María Consuelo Araújo.
Pero la papa más caliente fue el caso de Mario Uribe. El fiscal Iguarán no sólo dio el aval para que se dictara medida de aseguramiento contra el primo del Presidente, sino que se atravesó para que no pudiera asilarse en Costa Rica. Es un caso que, según comenta una persona que trabaja en su despacho, el Fiscal habría querido no tener que asumir. Y como un gesto con el presidente Uribe, sabiendo que se trataba de su primo, fue hasta la Casa de Nariño a informarle la decisión.
Por cosas del oficio, el fiscal Iguarán se hizo colega entrañable del fiscal de Costa Rica e hizo buenas migas con la vicepresidente de ese país. Hay incluso una anécdota que da cuenta de esa cercanía. En el computador de ‘Raúl Reyes’ aparecía una información sobre una caleta con 480.000 dólares en Costa Rica. Iguarán, inquieto sobre cómo ratificar que el contenido del computador era verdadero, llamó a su colega a las 11 de la mañana y le pidió el favor de buscar la caleta. A las 6 de la tarde su homólogo ya le había hecho la vuelta. Encontraron 478.000 dólares. De manera que cuando ocurrió lo de Mario Uribe, el fiscal Iguarán mandó un escrito a Costa Rica y de inmediato se le cerraron las puertas al primo del Presidente.
Curiosamente, por esa época, entre periodistas empezó a circular la versión de que los paramilitares habían dado millones de pesos a los magistrados de la Corte Suprema para elegir fiscal a Mario Iguarán. En la elite del búnker alcanzaron a pensar que se trataba de un complot.
La relación del Presidente y el Fiscal se fue deteriorando cada vez más. Cuando Iguarán cuestionó la falta de controles en la directiva de recompensas para los informantes -“es muy amplia en el tema de recompensas, pero muy avara en controles”-, Uribe lo calificó de “perverso”. Cuando Iguarán apoyó el referendo de cadena perpetua para violadores de niños, Uribe dijo que en Colombia no había tradición de cadena perpetua, y el Fiscal le respondió: “aquí tampoco ha habido tradición de reelección”. Cuando Iguarán opinó que no estaba de acuerdo con penalizar la dosis mínima, Uribe respondió que “nos estamos acostumbrando a tener un fiscal mediático”. Y cuando el hermano del ministro del Interior y fiscal en Medellín se vio enredado en un caso de corrupción, a Iguarán le tocó salir a ponerlos en evidencia: “No entiendo el doble discurso del gobierno, de una parte, un Presidente dice que hay que sacarlo y, de otra parte, el Ministro me pide que le dé otra oportunidad”.
Uno de sus más cercanos asesores tiene una interpretación sobre todo lo ocurrido: “El Presidente subestimó a Iguarán”, dice.
La justicia está desbordada
En los últimos dos años, el país ha vivido como una pesadilla que a ratos lo asalta por la noche las escabrosas historias de paramilitares que confesaron el asesinato de 1.000 personas o más. Pero lo que muchos no saben es que Colombia está abriendo camino: ningún otro país, como éste, se embarcó en una negociación en la cual se le sigue juicio individual a cada uno de los responsables.
Hace unos días alguien le preguntó al Fiscal si no es frustrante llevar en los hombros la titánica empresa de aplicar la Ley de Justicia y Paz a 3.000 jefes paramilitares sobre los que tienen reclamos más de 230.000 víctimas. Y el Fiscal admite que la realidad del país supera la capacidad de la justicia. “Esto desborda a la justicia. ¿Con qué se consuela uno? Con que tengo a todo vapor la máquina de la Fiscalía. Materialmente no se puede más”.
Y es en ese punto en donde Iguarán se estrelló con la Corte Suprema. La Corte, hasta este año, lo obligaba a que sólo podía llevar a juicio a un jefe o mando medio paramilitar cuando tuviera su expediente completo: es decir, las pruebas y la verificación de los cientos o miles de crímenes que confesara. A ese paso, la primera condena significativa apenas si podría llegar en 20 ó 30 años. El rifirrafe sólo pudo ser resuelto por la Corte Penal Internacional, (CPI) que le hizo ver a los magistrados colombianos, que con apenas 35 desapariciones la CPI estaba encausando al presidente de Sudán. “Es una necedad. Es un preciosismo de la Corte Suprema. Se van a tener que sacrificar unos mínimos de justicia. De nada vale una condena para Mancuso en 20 años cuando las víctimas no estén y ya no haya reparación para ellas”, solía decir el fiscal Iguarán.
Y parece que esos mismos mínimos se sacrifican también en la justicia ordinaria. Las estadísticas son implacables con Iguarán como lo fueron con los otros fiscales. El sistema judicial, así haya cambiado, sigue congestionado. “Un fiscal no puede ocuparse responsablemente de 600 u 800 casos con la ayuda de un solitario investigador”, se quejó el reconocido abogado Yesid Reyes.
El fatídico lío de faldas
Así como Iguarán tuvo suerte para su elección y tomó decisiones de una audacia nunca antes vista en la Fiscalía, la imagen de su gestión se vio empañada desde el principio por un tema menor, que dejó crecer y se convirtió en un escándalo que dejó huella. En muy pocos meses, su sanedrín hizo crisis, con lío de faldas de por medio, y explotó ante los ojos de la opinión con el escándalo de que un ‘brujo’ era asesor de cabecera del Fiscal. El equipo de Iguarán no se cansa de explicar que no era un ‘brujo’ sino un ‘vivo’ que se coló en la Fiscalía. El Fiscal admite que su gran error fue haberles dado cargos directivos a sus asesores en el Ministerio que no tenían la experiencia necesaria para manejar un monstruo en materia de burocracia como es la Fiscalía.
Tal vez por ese lío y por su temperamento -un hombre que “entiende razones de Estado” y “quiere quedar bien con todo el mundo”-, hay quienes lo han tildado de pusilánime. Pero, si la historia hace justicia con Iguarán, tendrá que decir que carácter no le faltó a la hora de tomar muchas decisiones. Sólo queda por ver cuánto de su legado se mantiene. O si, como ocurrió en la Procuraduría, llega un nuevo jefe que decide cambiar la dirección de los fallos.
El viernes, en plena fiesta de despedida que le ofrecieron cientos de funcionarios, se le vieron lágrimas, bailó con su mamá y cantó rancheras. Todas las cosas que hace un colombiano común, un hombre hecho a pulso, cuando está satisfecho y feliz. Cuando salió, dejó en el búnker la cuadrilla de 60 escoltas que no lo desamparó ni de noche ni de día en los últimos cuatro años. Pero eso tal vez no le hará falta porque, dicen quienes lo conocen, es un hombre que no siente miedo. Y que por eso nunca le tembló la mano.