El escándalo de la fallida reforma a la Justicia destapó un artículo que serviría de poderoso blindaje jurídico a Emilio Otero, secretario del Senado.

El terremoto que causó la reforma a la Justicia sacudió a uno de los hombres más poderosos del Congreso: Emilio Otero, el secretario del Senado, y dejó en vilo su reelección para la próxima legislatura.

Al secretario del Senado, Emilio Otero, se le podría acabar el reinado. Después de diez años en el cargo y con un poder tan grande que es llamado el ‘senador 103’, su sexta reelección quedó en veremos. El funcionario participó en la sombría conciliación de la reforma a la Justicia y salió mal librado.

Otero fue protagonista de primera línea en el debate, pues la tarde en que los conciliadores se reunieron, él fungió como secretario. Lo grave fue que en el texto que salió al final, los conciliadores incluyeron, entre una manada de micos, un artículo que le daba a Otero un fuero semejante al del presidente de la república. En otras palabras, en caso de que la reforma hubiera entrado en vigor, Otero solo sería investigado penalmente después de que el Senado (que lo elige) le hiciera un antejuicio político. Además, las denuncias en su contra debían presentarse con nombre propio. La propuesta que le daba ese escudo jurídico, según dijo, provino de más de 30 senadores. Sin embargo, varias voces en el Congreso aseguraron que él mismo fue quien redactó la proposición (ver facsímil) que apareció en la última plenaria del Senado y pidió que la firmaran. Como consecuencia del escándalo, en la última semana varios medios de comunicación pusieron la lupa sobre sus cuentas. Salió a la luz que es uno de los funcionarios que más dinero gana en el Congreso (más de 350 millones de pesos al año), que tiene más de diez investigaciones penales y disciplinarias en los entes de control, pero también, que tiene un poder tan grande que es capaz de diseñar su propio blindaje.

Otero, oriundo de Sahagún (Córdoba), llegó al Congreso hace más de 30 años de la mano de Jorge Ramón Elías Náder. El primer cargo que ocupó fue el de mensajero de la Cámara de Representantes. Poco a poco aprendió el funcionamiento del Congreso hasta que en 2002 fue elegido secretario del Senado. Su habilidad política para darse a conocer con los nuevos senadores y mantener contentos a los antiguos hizo que en 2010 fuera reelegido por quinta vez consecutiva.

Su poder estriba en las funciones que tiene. El secretario es quien da fe de las actuaciones del Senado, no solo de las leyes y actos legislativos que se discuten, sino también de quién asiste y quién no, si está completo el quórum, cuál es el orden del día, entre otras. Él interpreta el reglamento del Congreso y sus palabras guían el curso de las sesiones. Debido a ese poder, lo buscan lobbistas, ministros y congresistas interesados en que ponga o quite una palabra, suba o baje un proyecto de ley en el orden del día o certifique que un senador asistió.

Otero los conoce a todos. Cuando comienza una legislatura es quien reparte los carros, parqueaderos y oficinas. Sabe quién necesita a un asesor y quién tiene a un familiar buscando trabajo. También da los permisos para utilizar los salones del Congreso. Y aunque los contratos de mantenimiento, instalaciones, tecnología, entre otros, pasan por la Comisión de Administración del Senado, como secretario tiene una capacidad enorme de influencia en las decisiones. “A él lo protege el ‘partido de los amigos’, un grupo de congresistas de todas las tendencias que está aquí buscando negocios”, dijo otro parlamentario. En una ocasión, la entonces senadora Cecilia López intentó auscultar cómo se administraba el presupuesto del Congreso, pero no logró la mayoría para hacer un debate. “Es una sinvergüenzura: los contratos siempre se los ganan los mismos, pero nadie nos apoyó”, dijo. La mayoría de los denunciantes, sin embargo, oculta su nombre, pues teme enemistarse con él.

A su poder se ha agregado una nueva suspicacia: su fortuna. La semana pasada, La W intentó en vano indagar por sus bienes. Aunque Otero, que gusta de los buenos vinos y los cigarrillos cubanos, reconoció que tiene haciendas y caballos de paso, dijo que son heredados. Ya el senador Armando Benedetti había intentado, cuando pasó por la presidencia del Congreso, obligar a los funcionarios a publicar su declaración de renta, pero Otero no quiso publicarla. Él ha alegado razones de seguridad.

El secretario quedó en la cuerda floja después del sismo de la reforma a la Justicia. Para el próximo 20 de julio, día en que el Congreso elige a los secretarios de las dos Cámaras, varios partidos evalúan la posibilidad de presentar otros nombres al cargo. El descalabro de imagen del Legislativo podría implicar cambios drásticos. Uno de ellos sería la cabeza de Otero, antes de que el prestigio de la corporación toque fondo.