Las cartas están sobre la mesa. El Presidente no va a retirar la suya, porque en punto de orgullo no le gana nadie. Y la Corte ya pasó el Rubicón y quemó las naves, que de ambos ejemplos se nutre su postura.

Nadie saldrá bien librado de este juego, porque ninguna de las partes lo ha jugado limpiamente. Y lo que es sucio en la fuente tiende a empeorar.

El Presidente de la República tiene por Camilo Ospina una predilección difícil de entender. Porque Ospina no es el hombre brillante, ni talentoso ni ilustrado que mereciera una parte de los favores que del doctor Uribe ha recibido. Y porque sus ejecutorias han sido manifiestamente pobres, políticamente torpes y moralmente discutibles. La celada que le tendió al Referendo de 2003, cayendo entre las sombras de la noche a la Imprenta Nacional para publicar a hurtadillas un censo electoral fraudulento que derrotaría al pueblo en las urnas, es uno de los actos más viles que pueda concebirse.

Como Ministro de Defensa, dejó constancia de su proverbial ineptitud como administrador, y desde allá traicionó a las Fuerzas Militares, derogando el fuero que la Constitución les promete. En ese acto sibilino actuó de consuno con Mario Iguarán, adecuada compañía para misión tan torpe. Por eso, la nominación de Ospina a la Fiscalía es una bofetada a las Fuerzas Militares y de Policía.

Lamentable fue su carrera diplomática en la OEA, donde leía discursos que le preparaban en Bogotá, para que fuera menos manifiesta su inhabilidad para tan alto cargo. Y después de ese desastre, recibe el curioso honor de integrar la terna para Fiscal General de la Nación, cuidadosamente preparada para que sea de tres aparentes candidatos el único elegible. ¿Por qué?

Forzar la Corte a escoger un Fiscal, el que al Presidente le gusta, que no sólo tiene esa condición evidente y nada enaltecedora, la de ser el único posible, sino la de ignorar todo lo que a la criminología y al Derecho Penal concierne, no fue una brillante decisión. Ni explicable, ni sostenible.

La doctora Virginia Uribe es una excelente persona. Pero no estamos buscando personas excelentes sino un Fiscal para la Nación, y esas son dos cosas distintas. El Presidente pudo componer esa terna con mujeres de altísima condición, juristas excelentes, penalistas de alto vuelo, conocedoras de la tarea que tendrían entre manos. Pero no. Se trataba de buscar árbol que no hiciera sombra.

El doctor Juan Ángel Palacio ha debido renunciar a la postulación que recibió, por razones de simple decoro personal. Le tendieron desde la Casa de Nariño una celada infame, para que en la lista quedara un ex Magistrado, y en la realidad, después de contar ciertos hechos afrentosos, un solo postulado. No sabemos si el doctor Palacio es culpable o inocente. Pero no lo han debido someter a esta tortura, la de defenderse, sin medios y sin tribunal que lo oiga, de tan pesadas acusaciones. Todo por dejarle la vía libre a Camilo Ospina.

La Corte estaba en su Derecho de pedir que se reconsiderara esa lista. La facultad discrecional del Presidente tiene un límite, como todas las facultades discrecionales. Y es que con ellas no puede haber desviación de poder, que es la que aquí aparece de bulto. Pero la reacción de la Corte ha debido ser inmediata, clara, noble. Guardar esa carta para exhibirla después de apoderarse de la Fiscalía y después de manifestarse dispuesta a obrar sobre la terna, tampoco la enaltece. Dejar la investigación criminal al garete, en una interinidad dañina, no es un gesto propio de un Tribunal tan alto.

Las cartas están sobre la mesa. El Presidente no va a retirar la suya, porque en punto de orgullo no le gana nadie. Y la Corte ya pasó el Rubicón y quemó las naves, que de ambos ejemplos se nutre su postura. Así que se limitará a no votar, o votará inútilmente una vez, ciento o quinientas, sin resultado final. Con lo que seguirá como Fiscal el doctor Mendoza Diago, a quien no puede hacérsele más tacha que la de su interinidad. Por esa vía tan extraña, la Corte se queda con la Fiscalía y el Presidente con su punto de honor. Ospina seguirá siendo el único candidato de una terna para siempre postergada. Iguarán y sus amigos también tienen lo suyo. La Fiscalía, nada menos.

La Patria / 22 de septiembre de 2009