Por: Cecilia Orozco Tascón
LA INDEPENDENCIA DE LA JUSTICIA caerá arrodillada ante el Ejecutivo si la Corte Suprema claudica, como todo parece indicar, y pese a que ésta todavía resiste el ataque tenaz en su contra, del uribismo y de la parapolítica.
La prueba de fuego para los 23 magistrados es la elección de Fiscal General, cuya votación arranca mañana. Se podrá constatar entonces si más allá de sus amistades personales o de las lisonjas privadas de la Casa de Nariño a algunos, ellos asumirán una conducta acorde con su dignidad y con el papel que les ha asignado la Constitución. Con la astucia que lo caracteriza, el presidente Uribe les puso la trampa. Les envió una terna de cero, como dijo ingeniosamente la revista Semana. Cero, por cuanto cualquiera de los candidatos es malo para el país aunque maravilloso para el gobernante. Cero, porque no hay argumentos legales para devolver esos nombres. Metidos entre los palos por tener que elegir, no importa las graves objeciones que existan sobre los nominados, el problema se traslada al campo de la ética.
Es ahí donde está la cascarita del Mandatario porque en ese terreno, que debería ser firme y a prueba de sismos, la disculpa de que no hay impedimento válido de ley y la debilidad de carácter, pueden hacer estragos. Descartada desde el principio "la cuota femenina", los postulados reales eran dos. La denuncia por intento de soborno contra uno de ellos, sumada a su afición por resolver los litigios con tráfico de influencias, dejó vivo a un aspirante: el predilecto del Mandatario. Camilo Ospina no es una pera en dulce. En muy pocos países democráticos su candidatura a tal cargo sería viable, dados sus múltiples nexos de subordinación con el jefe de Estado, aun si se ignoraran los otros cuestionamientos que pesan contra él. El solo hecho de que hubiera ejercido como secretario jurídico de la Presidencia y -casi nada- ministro de Defensa, una de las carteras que provocan más investigaciones en la Fiscalía, debería haber sido suficiente razón para inhabilitarlo. Pero eso aquí no cuenta. A propósito, su segundo secretario en la OEA fue Carlos Iván Plazas Herrera, sobrino del detenido coronel Alfonso Plazas Vega, acusado de varias desapariciones durante la toma del Palacio de Justicia. Me refiero al holocausto en el que murió incendiada la mejor Corte Suprema de la historia reciente, por si alguien lo ha olvidado. Los dos Plazas son tan cercanos a Ospina que hoy uno lo reemplaza, en calidad de embajador encargado.
Convencido, pues, de sus posibilidades, el ex ministro inició la conquista de adeptos donde tocaba: la Corte. Así, emprendió la campaña hace muchos meses, seguro de que llegaría a ser Fiscal si conectaba el lado de la cuerda que el Gobierno no controlaba. Algunos magistrados, pero principalmente uno, su huésped en Washington, se han encargado de palanquearle el asunto con los demás colegas. La cosa va bien. Entre tanto, el acucioso prefiscal se ha movido en ámbitos políticos para no dejar cabo suelto. Por eso ha intentado hablar con los antiuribistas e incluso con los ex presidentes de la República.
Si Ospina consigue los 16 votos que necesita, la Sala Penal puede ir dictando preclusiones. ¿O cree que el CTI, dependencia del Fiscal, le pondrá en las manos las pruebas que necesita? Con el nombramiento del nuevo ministro de Defensa -Bernardo Moreno, según se ha informado- la trinca conformada por Presidente, Ministro y Fiscal estará lista. El trío aplastará lo que resta de justicia. Todo queda en familia, como se dice.
El Espectador / 21 de julio de 2009