La disyuntiva real es entre la democracia y las pretensiones autoritarias de un Presidente que no quiere dejar el poder.

Por María Jimena Duzán

Si a algo nos ha acostumbrado la doctrina Uribe es a escoger entre falsos dilemas y a someternos a imperativos que no existen, como si estos fueran las únicas opciones de dónde escoger. Basta mirar la terna de amigos y de súbditos que ha presentado el gobierno a la Corte Suprema para la elección del nuevo Fiscal. Una terna mediocre, integrada por miembros cuyo mayor mérito es haber sido un incondicional de Uribe y un cercano a José Obdulio, no puede ser la terna idónea para Colombia, así nos la quieran vender como si fuera la panacea desde el oráculo del poder.

Habiendo tantas mujeres preparadas para entrar en la terna, escogieron la menos idónea y la más inexperta; habiendo ex magistrados que podrían ocupar el cargo aportando su experiencia y su conocimiento, escogieron a uno con un talante ideológico de extrema derecha a quien se le vio muy poco interesado en el tema de los asesinatos de civiles a manos de miembros de la Fuerza Pública con el propósito de cobrar recompensas. Cuando le preguntaron qué opinaba sobre el informe hecho por el relator de la ONU para ejecuciones extrajudiciales, el ex magistrado Palacio patinó en su respuesta y hasta ahora no sabemos si fue que no estaba al tanto del informe o si trató de minimizar las terribles denuncias del relator. Para no hablar de Camilo Ospina, a quien se le atribuye la autoría de la normativa que habría incentivado los "falsos positivos", cuando se desempeñaba como ministro de Defensa, amén de que según Cecilia Orozco, en El Espectador, Ospina no ha explicado cuáles son sus relaciones con Víctor Carranza, el intocable hombre de las esmeraldas.

Una terna así no le sirve al país ni a la justicia que, desesperadamente, necesita un Fiscal independiente, capaz de investigar la verdad detrás de los falsos positivos, de las interceptaciones ilegales del DAS, la de los montajes contra la Corte que intentaron hacer 'Tasmania' y 'Job'. Una terna así sólo le sirve a Uribe. Ahora más que nunca él necesita un Fiscal de bolsillo, hecho a su medida para que pueda guardarle la espalda y archivar las investigaciones que implican a sus funcionarios, los cuales podrían terminar salpicándolo a él, como sucedió con Nixon y con Fujimori.

Otra fase disyuntiva es aquella según la cual nuestra única opción está entre Uribe y las Farc. "O reelegimos a Uribe, o volvemos al país en que las Farc eran dueñas de las carreteras", reza la frase. He allí otra mentira: Hay una pléyade de candidatos tanto o más preparados que Uribe, que tienen todos los pergaminos para aspirar al solio de Bolívar. El hecho de que no compartan todo el ideario de la seguridad democrática o que se atrevan a criticarla en su integridad, no los invalida, ni mucho menos los convierte en colaboradores de la guerrilla. Otra cosa es que ninguno de ellos cuente con las mismas horas en la televisión que tiene Uribe ni disponga del presupuesto nacional para repartir cheques en los consejos comunitarios, mientras tiene a la gran prensa bebiendo de su mano a la espera de la entrega de un tercer canal.

Una falsa disyuntiva que está muy en boga es la de que estamos obligados a escoger entre "una nueva reelección de Uribe o una justicia politizada". La tesis de que hay una justicia politizada la empezó a agitar el gobierno desde cuando la Corte Suprema decidió investigar a Mario Uribe, el primo del Presidente, por sus relaciones con los paramilitares. La disyuntiva real no es esa, sino entre la vigencia de la democracia y las pretensiones autoritarias de un Presidente que no quiere dejar el poder.

Por último está la más falsa de todas las disyuntivas: aquella según la cual hay que escoger entre si se reelige a Uribe en 2010, o si es mejor "que se dé un descansito", como sugiere monseñor Rubiano, para que vuelva más repuestico en 2014. La posibilidad del descansito para volver cuatro años después, puede ser peor que la reelección del Presidente en 2010 porque lo convierte ya no en un Chávez, sino en un Putin, quien en Rusia sigue siendo el poder detrás del trono.

Si el país no estuviera sedado por la figura caudillista de Uribe, habría rechazado todas estas falsas disyuntivas. Pero sobre todo, le habría exigido al Presidente que respete las normas establecidas, conminándolo a terminar su período como un Presidente constitucional. Pero pedir eso que parece tan normal, hoy resulta un exabrupto.

Semana / 13 de julio de 2009