Por: Cecilia Orozco Tascón
Cuando reparé en ella, la ex magistrada de la Corte Constitucional Clara Inés Vargas, me generó admiración profesional. Ella ocupaba ese cargo en momentos en que el Alto Tribunal tenía que tomar una decisión de hondas repercusiones: la declaración de constitucionalidad del acto que permitiría la reelección presidencial inmediata en el 2005. Vargas era la única mujer entre nueve magistrados, pero antes había descollado en otras partes, por ejemplo, en el Tribunal Superior de Bogotá y en la Procuraduría Delegada ante la Corte Suprema. Su brillante currículo le dio méritos para hacerse miembro de la Asociación de Magistradas de Latinoamérica y de la Asociación Mundial de Juezas.
Por eso, da grima que bote su credibilidad por la borda. La ambición no tiene límites, dicen. En todo caso, se esperaría mayor sabiduría de quien ha logrado tan encumbradas posiciones. Resulta que las impresiones públicas que deja la ex magistrada indican otra cosa. Primero, tuvo una equívoca actuación a la hora de votar por la reelección presidencial: aparentaba ser inmune a los acercamientos interesados y por tanto sus votos eran confiables. Sin embargo, sorprendió a muchos cuando se unió al bloque que favorecía la reforma de la Carta, después de que conceptualmente ella parecía distante de querer golpear la Constitución para apoyar a una persona.
Nadie hubiera podido asegurar, no obstante, que la decisión de la abogada era susceptible de sospechas. Más bien se trataba de un ablandamiento de su postura jurídica. Pero su conducta posterior deja una sensación aburridora. Antes de retirarse empezó a figurar como postulada a cargos que dependen de la voluntad inicial del Presidente. Por ejemplo, se dijo insistentemente y Clara Inés no lo negó jamás, que ella estaba haciendo lo posible para que el Jefe de Estado la incluyera como su candidata en la terna para Procurador. Eso nunca ocurrió, pese a los esfuerzos propios y de sus amigos famosos. Ahora se la menciona de nuevo, como aspirante a integrar la terna del Primer Mandatario para Fiscal General.
Voy a ser franca: no le había parado bolas al rumor hasta cuando la vi en un restaurante de Bogotá almorzando con personajes que podrían influir en la decisión del Presidente. En efecto, uno de ellos era Bernardo Moreno, el secretario general de la Casa de Nariño. No tiene nada de malo sentarse a manteles con Moreno. Salvo que la aspiración personal esté en la mesa, como florero de centro. La indelicadeza proviene de una razón simple: Clara Inés contribuyó con su voto a que Álvaro Uribe esté hoy en la silla presidencial. En esas circunstancias, habría que conservar la distancia. No sea que alguien piense que está beneficiándose. Por cierto, otros ex magistrados colegas suyos andan en lo mismo. Dos de ellos cuentan con el aval gubernamental para ser nombrados en tribunales internacionales. Ellos también votaron a favor de la reelección. Debe de ser sólo una coincidencia que los únicos tres ex miembros de la Corte a los que no les ofrecen canonjías son aquellos que votaron contra la continuidad de Uribe: Alfredo Beltrán, Jaime Córdoba y Jaime Araújo. Lástima que la majestad de la Justicia disminuya su estatura por el acicate de una buena chanfaina.
El País / 16 de mayo de 2009