Por: Cecilia Orozco Tascón
HARÍA BIEN MARIO IGUARÁN SI ANtes de irse despejara las sospechas que flotan sobre los espinosos casos que siguen pendientes en los despachos principales de la Fiscalía.
Haría bien en pararle bolas al rumor que circula en torno a las dos decisiones que al parecer han tomado, in péctore, varios de sus colaboradores en el búnker, a saber: 1. No resolver nada. 2. Dejarle los chicharrones al sucesor del Fiscal General saliente, quien será, seguro, de la entraña del Ejecutivo, mucho más de lo que lo fue algún día el propio Iguarán. Estos fiscales de la cúpula intentan, así, evitar conflictos con el poder político, de donde vienen los influyentes investigados que inspiran terror, por su capacidad de hundir a cualquiera o de ponerlo en la mejor de las posiciones burocráticas o, incluso, económicas.
En medio de tanta versión periodística, llama la atención la renuncia, y después la negativa a renunciar, del vicefiscal Guillermo Mendoza Diago; no sólo porque el reversazo intriga en sí mismo, sino también porque se ha filtrado que sostuvo un duro enfrentamiento con su jefe. No se conoce cuáles razones motivaron la discusión y probablemente no sea necesario establecerlo. Para efectos públicos, los ciudadanos tenemos el derecho de que nos contesten por qué no hay decisiones en los procesos de más grave repercusión para la democracia, entre otros, el de la responsabilidad de por lo menos cuatro altos funcionarios del Gobierno en el proceso de la yidispolítica, que Mendoza tiene a su cargo.
Con ocasión de su amago de retiro, el Vicefiscal dio unas declaraciones que inquietaron aún más. Dijo que las investigaciones a los ministros no van a concluir todavía, porque tiene plazo hasta dentro de un año; que aunque existen muchas pruebas, está ordenando practicar otras y que el cambio de Fiscal General no debe acelerar el proceso. En esto tiene razón. La pregunta es si por el fin del período de Iguarán se retardará su decisión, tomándose, por ejemplo, el plazo máximo y reuniendo pruebas hasta el infinito. No, me equivoco: únicamente hasta que se posesione el nuevo jefe de la Fiscalía. Entonces -podríamos adivinar- llegará un clon del señor Procurador, flamante consejero presidencial.
Pero si la presunta disputa interna, la renuncia o no renuncia y las afirmaciones de Mendoza no fueran suficiente motivo de preocupación, venimos ahora a enterarnos de sus nexos de amistad con el magistrado de la Corte Constitucional Jorge Pretelt, quien tuvo el simpático gesto de nombrarle a su señora esposa como magistrada auxiliar. ¿Y por qué inquieta este asunto? Uno, porque de tal nombramiento queda un tufillo clientelista que debilita la posición de autonomía de quien tiene entre sus manos una decisión que, no lo duden, está asediada por una montaña de presiones. Dos, porque el empleador de la señora de Mendoza no tuvo empacho en darles la espalda a las cortes con el argumento de que no firma cartas contra el Presidente, según publicó El Tiempo.
Si es cierto que uno es amigo de alguien porque coincide con él en gustos, criterios y conductas, estamos fregados con el Vicefiscal. Y eso que no deseo referirme a la renuncia de un fiscal que prefirió irse en cuanto Mendoza decretó la libertad del ex senador Mario Uribe en un proceso del que, por cierto, tampoco se oye nada de nada. Ni quiero acordarme del hedor que expelía el espionaje del DAS, porque se disipó tan rápido como surgió. ¿La parálisis domina al ente investigador? Hay que esperar a que elijan al nuevo Fiscal General para que llegue a hacer lo suyo. Y ya suponemos qué es.
El Espectador / 27 de mayo de 2009