Por uno de los pueblos del Magdalena corre una de esas insólitas historias que sólo fueron posibles en tiempos de la hegemonía paramilitar. Un joven del pueblo se lanzó oficialmente a la Alcaldía, cosa que no le pareció al jefe local de las autodefensas. Inmediatamente, el paramilitar le envió un mensaje al candidato advirtiéndole que si sacaba algún voto podía considerarse hombre muerto. Sin tiempo para sacar su nombre del tarjetón, el candidato se fue el día de las elecciones a los diferentes puestos de votación a suplicarle a la gente que no votara por él, convirtiéndose así en el único candidato del mundo en hacer campaña contra sí mismo.

Pues exactamente con las mismas intenciones andaba hace dos semanas uno de los seis abogados que formaban parte de las ternas presidenciales para la elección de Magistrado de la Corte Constitucional. Aunque estaba incluido entre los postulados, este "aspirante" ni siquiera había hecho campaña por su elección. Un senador amigo suyo lo llamó y le dijo: "Estoy esperando su hoja de vida a ver si voto por usted". A lo cual el abogado respondió:

-No, senador, ni se le ocurra votar por mí.

Y así, la elección de María Victoria Calle y Jorge Pretelt está llena de detalles sólo posibles en el mundo de lo absurdo de la política colombiana. En la famosa audiencia pública para escuchar a los postulados, uno de ellos, la doctora Zayda Barreros, al serle formulada su pregunta correspondiente, no tuvo reatos en tomar la respuesta de entre los papeles que llevaba otra de las aspirantes. A partir de esta audiencia, supuestamente ilustrativa, no pasaron 24 horas para que los senadores "tomaran su decisión". Es decir, no hubo un período prudencial para la reflexión. ¡Qué reflexión iba a haber si en este ridículo juego de la democracia nacional las cartas venían marcadas desde Palacio! Ya el día de la elección en las curules sólo aparecían las dos papeletas señaladas. Ni siquiera las directivas del Senado se tomaron la molestia de incluir las otras cuatro papeletas.

Es decir, como bien lo denunció la voz solitaria de la decencia nacional, representada por la directora de Excelencia en la Justicia, Gloria Borrero, la aplanadora impuso su ley.

El precedente resulta nefasto. Por primera vez desde su creación en el 91, tenemos una Corte Constitucional conformada en su mayoría por amigos netos del régimen de turno; en este caso, un gobierno que ya va por una reelección y está decidido a una segunda. Hay allí ex funcionarios, simpatizantes e incluso amigos personales del Presidente, como en el caso del monteriano Pretelt, a quien Uribe ya había incluido en la terna para la elección del actual Fiscal. Se dice, con lógica preocupación, que estamos ante una Corte de centroderecha y de abogados con tradición en el derecho privado, lo cual la aleja de aquella corporación que se ganó el respeto nacional con fallos en favor de los menos favorecidos o con jurisprudencias hacia nociones de apertura inéditas en nuestro medio.

Pero ese no es ahora el tema más relevante. La manera en que voten los seis nuevos magistrados -incluidos Calle y Pretelt- temas que eventualmente lleguen a su despacho, en materia de derechos civiles, salud pública o tutelas de provincia, estos resultan de menor importancia que el referendo reeleccionista, que tarde o temprano llegará a esa corporación.

Con el acuerdo suscrito por uribistas la semana pasada, en el sentido de sustituir el famoso "Quien haya ejercido" por "Quien haya sido elegido", la Corte deberá emplearse a fondo para fallar sobre la constitucionalidad de la modificación, teniendo en cuenta que bien podría tratarse de un asunto de trámite, inherente a su competencia.

Es hasta ese momento que los colombianos podremos examinar a cabalidad la tendencia de la nueva Corte. Sólo hasta ese entonces sabremos a ciencia cierta si estamos ante un régimen totalitario que está respondiendo la gran duda de nuestro historial político: ¿el poder para qué?


Ernesto McCausland

El Tiempo / 30 de marzo de 2009