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Unos magistrados no pueden darse el lujo de poner a tambalear la poca justicia que nos queda.

Eso de tener que despertarse todos los días y tener que aguantarse la voz y la imagen del gorila vociferante lanzando andanadas groseras contra Colombia y sus gobernantes, ya nos tiene hasta las cachas. Creo que lo mejor para evitarnos algún trauma sicológico que nos ponga a salir en pelota por las calles gritando que no queremos saber más de este individuo, será cambiar de tema y tratar de ignorarlo al máximo.

Pero antes, no me resisto la tentación de adherirme a la opinión pública mundial, en las burlas que se le están haciendo por la cantidad de estupideces, que mezcladas con sus paranoias guerreristas desenfrenadas lo han convertido como dice Jaime Bayley, en el mejor payaso del mundo. El problema es que un demente de esta clase con el armamento que ha comprado se convierte en un peligroso explosivo que nos puede hacer mucho daño, porque es tal su increíble complejo de persecución, que sin pensarlo puede dar una orden de ataque contra la población civil colombiana causando enorme tragedia.

Su penúltimo acto demencial, porque el último todavía está por llegar, fue cuando ordenó a sus generales, por televisión y ante el mundo entero, prácticamente iniciar la guerra contra Colombia, como si fuera una cuestión de juego, sin pensar que el resto de los países democráticos no están locos e iban a dejar pasar estas increíbles amenazas sin reacción alguna.

Ante la protesta de Brasil y otros países latinoamericanos, y la advertencia de que no votarían a favor la entrada de Venezuela al Mercosur, seguramente alguien le hizo ver el riesgo que estaba corriendo, y el miércoles, ya entrada la noche, y con una sonrisa sardónica dio una mejor explicación que la ya famosa de la señorita Antioquia, diciendo que él no dijo lo que dijeron que dijo, y que al contrario lo que él estaba pidiendo era la paz para los países de la región, porque para pacifista y bien educado.

Vamos pues a cambiar de tema, aunque este sea tan aburridor como el anterior. Se trata las actitudes clientelistas y politiqueras de la Corte Suprema de Justicia. Repito que no soy abogado, ni nada que se le parezca, pero el sentido común me indica que lo que estamos viviendo con la pelea entre el Gobierno y la Justicia es vergonzoso. No hace falta ser tan inteligente como el presidente de la Corte, Augusto Ibáñez, para darse cuenta que este agarrón se ha formado por un sentimiento repudiable de antigobiernismo promovido por unos jueces que deberían ser verdaderos representantes de la majestad de la Justicia, y no unos leguleyos que están dando al traste con el más importante órgano del Poder Público.

Para un neófito como soy, y que espero si estoy equivocado se me corrija, la Constitución ordena al Presidente presentar a la Corte una terna para escoger al Fiscal General de la Nación. En ninguna parte dice que estos candidatos tienen que ser expertos en alguna disciplina y menos especializados en derecho penal.

Esto me hace pensar que un cargo donde se manejan más de 22.000 empleos, cantidad que lo convierte en el primer empleador del país, la persona escogida debe ser de altísimas calidades gerenciales por la sencilla razón que no es el Fiscal quien estudia personalmente los miles de casos que se presentan, sino que para ello tiene cientos de abogados, ellos sí expertos en las diferentes ramas del derecho, quienes dan en últimas el veredicto final.

Insisto en que esta teoría me parece tan elemental y cierta, que no se ve otra cosa, fuera de un gran afán de politiquear, lo que tiene al país en vilo por unos magistrados que no pueden darse el lujo de poner a tambalear la poca justicia que nos queda.
P.D.: Si los hombres nos casáramos con la mujer que merecemos, la pasaríamos muy mal.

La Patria / 14 de noviembre de 2009